Se nos podrá criticar de recalcitrantes e insistentes, pero este domingo 15 volvimos a dirigir nuestros pasos a Cerdecilla, e inauguramos la crónica de la excursión con una foto del grupo, hoy asaz numeroso.
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| De izquierda a derecha, Maribel, Isa, Alejandra, Antonio, Marta, Moha, Jose, Silvia y Alicia |
Esta vez iniciando el camino desde la misma parada del autobús donde semanas antes lo tomáramos hacia Madrid; gesto triunfal y sonrisas elocuentes nos indican queel primer escollo del día queda atrás y hemos sobrevivido al viaje en autobús.
¿Repetitivos? ¿Recalcitrantes? ¡Qué va! El valle de la Fuenfría nunca cansa y nunca se acaba de descubrir del todo. Así, aún antes de salir de Cercedilla empezamos a gozar del precioso paisaje otoñal, envuelto, además, en un precioso día. Claro, que si el fotochó nos hubiera ayudado con la parte baja de la foto, quedaría más propio. Pero en fin.
Llegar a las entrañas del valle exige, qué se le va a hacer, un recorrido previo por las calles de Cercedilla,...
Y por la carretera de acceso, recorrido que por momentos se hace cansino y largo.
Mas perserveramos como es nuestra costumbre y, finalmente, llegamos a una senda fuera del alcance de coches y vehículos motorizados en general,...
...Iniciamos una suave pendiente que nos iba adentrando en el valle (cabe decir que el adjetivo suave no gozaba de consenso entre los senderaistas; acaso con las articulaciones sin poner a punto y los bronquios ahítos del mal aire de Madrid y de pócimas igualmente dañinas, aquí empezaron las primeras fatigas)...
Hasta que llegamos al Puente de del Descalazo que, no os lo perdáis, data de los tiempos de Felipe V y nada tiene que ver con nuestros colegas los romanos. Pues sepan los más despistados que estamos al pié de la calzada romana por la que descendimos semanas antes. Volviendo al puente, no se tienen noticias sobre los motivos que inspiraron la toponimia, acaso porque tras su construcción dejó de ser preciso descalzarse para cruzar el arroyo. Pero detengamos la imaginación a abramos la puerta a quien posea información al respecto y quiera compartirla con nosotros.
Llegamos a entroncar con la llamada Carretera de la República, donde la pendiente, aunque continua, se suaviza de manera notable. Y así cada cual a su ritmo el grupo se dispersa. Digo yo, que si el grupo sigue en esta progresión y los sendairistas seguimos aunentando en número, no estaría mal proveerse de un gualquitalqui. Así, en plan "aquí zorro blanco, me recibes águila calva, ¿me recibes?" "afirmativo, zorro blanco". Y en este plan.
Llegamos, finalmente a la meta propuesta para la jornada, y así de guapos nos pusimos para competir con el paisaje que se abría a nuestros ojos. Siete Picos y el Montón de Trigo (acaso objetivos futuros) sirven de marco a nuestra foto de grupo.

Y tras el objetivo, la obligada pausa para comer, cada cual a su estilo: Marta experta en bocadillo de campaña.
Antonio distribuyendo golosinas.
Moha, cual felino en la sabana comiendo separado del grupo.
Después de comer, entre chanzas y cotorreos, los senderaistas fuimos entrando en modo descanso, no sé si merecido, como reza el tópico, pero desde luego bien aprovechado.
Aunque, como en todo, hay grados, y aquí vemos a Maribel en nivel experto. Vamos, foto para tranquilizar a una madre, que la niña me duerme muy bien la siesta.

Mas todo lo bueno se acaba (aquello de lo bueno si breve es bastante discutible) y hubimos de emprender el regreso. Y cuesta abajo, la verdad es que se circula con más brío.
Entre desfile de Cibeles o entradilla de los hombres de Paco. No queda claro
Cada cual a su ritmo, Alejandra se qeda prendada del paisaje otoñal
Agotados por el último sofoco, llegamos a tiempo de reposar y compartir los últimos sucedidos, entre ellos la caza, por parte de Alicia, de un ejemplar de incierta especie.
Y purificados como veníamos por el noble aire serrano, vinimos a sumergirnos en los procelosos vapores de Madrid, bien visibles a medida que nos acercábamos a Moncloa, nuevamente punto final de la excursión

































