Así es; el domingo 29 de noviembre, el grupo de sendairistas, formado pa ra la ocasión por Cris, Mª Ángeles, Alejandra, Isa, Pepe, Jose, Moha, Marta C, y Marta L. visitó la casa de campo, dispuestos a descubrir alguno de los abundantes restos que la guerra dejó en este bosque parque.
No. Nos hemos bajado de ese camión, Quedamos en un lugar tan madrileño como "la boca del metro" (en este caso Colonia Jardín) y recorrimos los primeros metros de la excursión por la acera. Muy educados y cívicos.
Y al poco de entrar en la casa de campo, topamos con el puente de la culebra, obra de Sabatini (el mismo arquitecto que diseñó los jardines que llevan su nombre a espaldas del palacio real). Aunque hay que advertir al eventual lector de este blog, que, la balaustrada de dicho puente (cuya forma sinuosa le da nombre) fue destruida durante la guerra (acaso al grito de "¿quién dijo que el camión no pasaba por aquí?") pues nos encontramos en la ruta por la que se aprovisionaba el frente.
Así nos lo muestran nuestros siguientes hallazgos: restos de antiguos polvorines.
Disfrutando de una mañana espléndida que realzaba aún más el otoñal paisaje (esta ha quedado un poco del NODO, pero como estamos reocordando la guerra, no queda mal del todo),...
Llegamos a la Ermita de San Pedro, colindante al zoo, que fue erigida siendo alcalde Don Jose Finat y Escriva de Romaní,(toma ya) conde de Mayalde, de quien volve a hablar mas abajo
Lo sabemos más que nada por la placa que hay en la parte de atrás, y que leemos con artención. Pero no le hicimos foto.
Pasamos el zoo y llegamos al parque conocido por los vecinos de la zona, como Parque de Tubo. A ver si adivináis porqué.
Y unas por otras, que si sí. que si no, !Ala¡ a tirarse por el susodiccho.
Si es que son como niñas. ¿Habéis echado cuenta de que falta alguien? En efecto; Pepe y Jose, personas provectas, optaro por no despegar los pies del suelo y no someter el culo a frcciones innecesarias.
Continuamos nuestro paseo a lo quel puede verse, el día invitaba, desmintiendo al poeta "mientras por competir con tu cabello/oro bruñido/ el sol relumbra en vano", pues vaya que si relumbraba el sol.
Nuestro pase llega al primero de los hitos objero del día: el monumento al Sagrado Corazón, mandado eregir por el mismo señor de antes (no vamos a repetir su gracia) y que aqui aparece decapitado, sin que en ello deba buscarse malicia o ánimo sacrílego, como lo ponen de manifiesto las dos fotos siguintes
Digamos, para íncolas madrileños, visitantes en potencia y público en general, que la erección de este monumento obedece al deseo del promotor de dar gracias por su milagrosa salvación durante la guerra, pues dicen las crónicas que siendo alférez de la batería de artillería que desde ese lugar bombardeaba Madrid, les vino encima un obús que, según una, versión no explotó y,según otra mató a todos menos al señor conde (siendo entonces a nuestro entender, un milagro de corto alcance). En todo caso, ahí está el monumento, rodeado por unos jardines, parece ser que atendidos cuidados de forma voluntaria por devotos, nostálgicos, amantes de la naturaleza o vaya usted a saber.
Y encontramos uno bien soleado, donde Mª Ángeles y Marta L. nos ilustraron, según su costumbre sobre el arte de hacer bocatas en el campo. Cris parece asombrada, pero lo que hace es indicar el peazo trozo cacho queso que está sacando. Isa, muy cuqui, trajo almendras manufacturadas por su abuela. Moha, en esta ocasión, no se retira como depredador desconfiado y comparte mesa y viandas con el grupo.
Después de un rato haciendo buscando el sol como los lagartos, nos pusimos en marcha
Pegados a la vulgarmente conocida como valla de la casa de campo, pero que Alejandra deteminó, doctamente, que más que valla es un Muro Perimetral
Nuestros pasos nos llevaron al Cerro Covatillas, conocido como Mortirolo, como reconocimiento a su pendiente.
No es para tanto, dicen Moha y Marta.
Descendemos del cerro para afrontar la úlima parte de la excursión que nos lleva a pasar este puente por encima del tren de cercanías, ofreciendo una bella panorámica de la ciudad.
La proximidad de las vías provoca cierta inquietud en el grupo. ¿vamos a coger el tren? ¿tenemos que dar la vuelta?
Ya sabemos quienes somos y de donde venimos, pero ¿adonde vamos?
La inquietud, no obstante, fue breve, y llegamos al final de nuestro camino.
El lago de la Casa de Campo, en donde nos despedimos, no sin antes emplazarnos para una nueva salida.






























